La vida después del confinamiento.

4 julio, 2020 at 8:43

En estos meses hemos oído frecuentemente que el Covid-19 es una advertencia de los daños que le estamos ocasionando al planeta. Seguramente no será así, pero es obvio que nuestra vida ha cambiado y que hemos evolucionado o involucionado. Lo que es innegable es el cambio que hemos experimentado en nuestras vidas y en nuestras mentes. Ya nada volverá a ser lo mismo. Ya, al potaje de lentejas le encontraremos otro sabor, otro olor, otra sensación. Ahora, el tejido social debe ser más fuerte porque nos hemos dado cuenta de que en solitario, quizá, no llegaremos a alcanzar los objetivos. Debemos buscar un modelo de tolerancia, de diversidad y de igualdad social que nos genere felicidad. Hay que estar vigilantes para que nadie se quede en el camino. Esa debería ser ahora nuestra premisa. Y también cuidarnos, mirar a nuestro alrededor y sentir como propios los problemas que tenemos cerca de nosotros. Como dice una gran amiga mía, @EtiKMaite, a quien recomiendo que sigan, hay que “utilizar un lenguaje compasivo” que no es lo mismo que “compasión”. El lenguaje compasivo es ponerse en el lugar de la otra persona y convertir lo negativo en positivo.

Hemos vivido una inmensa espiral de dolor y soledad. Tenemos una memoria bastante corta en el tiempo y muy selectiva, por lo que tendremos que ejercitarla para sacar una enorme enseñanza de lo que nos ha tocado vivir y que, posiblemente, se podrá repetir, aunque no sea en una pandemia, sino en cambios sociales absolutos. Aprender de todo lo que nos ha pasado deberá ser un libro de texto en nuestras vidas.

De repente, nos hemos dado cuenta de que somos menos poderosos de lo que realmente pensábamos. Todo nos puede cambiar en cuestión de segundos, por lo que debemos ponerle una mayor intensidad a nuestras vidas, sobre todo, en los momentos asertivos que nos acontecen. Somos seres minúsculos y muy vulnerables y esto no cambiará. Quizá nunca habíamos tenido a la muerte mirándonos tan cerca, tan pegada a nosotros.

No estábamos preparados para la solidaridad. Lo vimos en los respiradores artificiales, lo observamos en las mascarillas, vimos cómo se acaparaban los geles hidroalcohólicos, el papel higiénico y los alimentos de primera necesidad. Nuestro sistema debe cambiar. No estamos solos en este planeta y debe ser obligatorio y urgente cuidar sus nortes, sus sures, sus estes y sus oestes. Es una imperiosa necesidad. Es inaplazable porque es una cuestión de supervivencia.

El mundo lo ha comprendido. Un suceso que ocurrió en los Estados Unidos como fue la muerte de un ciudadano de raza negra a manos de la policía, se convirtió en un episodio global. Esto deberá ser así para muchas más situaciones porque formamos “parte de un todo”. Estamos viendo como países del primer mundo han quedado pulverizados ante esta pandemia y muchas personas buscan sus orígenes, sus aldeas o sus pueblos para sentirse más seguros. Estados Unidos, por ejemplo, ha quedado en franca evidencia, siendo el país del mundo con más muertes y un mayor número de contagios. Los sistemas económicos deben priorizar sus acciones para garantizar los sistemas sociales potentes y luchar por un estado de bienestar para la humanidad y preservar derechos que son primordiales. Llegó la hora de “practicar y no pregonar”. Menos ‘cumbres’ y más soluciones.

Formamos parte del planeta “Tierra”. ¿Se imaginan que me cortase un brazo o una oreja? No lo hago porque forma parte de mi cuerpo. Pues exactamente igual debemos hacer con nuestro planeta porque formamos parte de él.

Hemos extrañado un abrazo, una voz, una caricia, una mirada, una sonrisa, una canción, un remanso de paz. Ahora nos toca valorarla inmensamente. Cuando nos podamos volver a besar, a acariciar o a amar, hagámoslo con toda la intensidad que nos sea posible. Ese momento es único y nunca volverá. Vendrán otros, pero ninguno será como el que hemos vivido

Es posible que la economía cambie porque tenemos que darle valor a lo más cercano, a nuestro entorno, a la economía social, a la economía circular. Cualquier sistema económico debe generarnos felicidad y conciliación. Si no es así, quizá no nos sirva. La huella de carbono de cualquier prenda debe ser una práctica habitual. Si una camiseta cuesta dos euros y está fabricada en Bangladesh, tenemos que saber que seguramente estemos contribuyendo a la más terrible de las explotaciones. Debe importarnos. Menos, es más. Los hábitos habrá que cambiarlos y, a lo mejor, con tres pantalones vaqueros es suficiente…Quizá ¡¡¡ Si tenemos 15 Jeans, algo está fallando!!!. No se trata ni de “ derechas” ni de “izquierdas”. La felicidad no tiene color político; el odio si.

El Desarrollo Comunitario, el impulso a la comunidad desde nuestro ámbito y el compartir afectos, respaldos, adhesiones y apoyar al Tercer Sector para que su trabajo tenga un interés comunitario, debe hacernos sentir que estamos aquí para contribuir a una vida más pletórica.

Debemos cambiar nosotros para poder hacer cambiar el mundo. Si las lentejas nos producen el mismo sabor, si seguimos comprando camisetas a tres euros sin preguntarnos su procedencia, si odiamos, si nos metemos en nuestra caja de cristal y cerramos los ojos, entonces la pandemia no se habrá marchado. La pandemia se irá definitivamente cuando logremos cambiar para intentar hacer felices a los demás. Ese es el auténtico secreto de la felicidad, que, por cierto, es muy efímera. Disfruten de la vida.