» La Plaza de la Candelaria».

20 junio, 2013 at 6:46

Mi reflexión de hoy .
Queridos amigos, amigas y confidentes.
Hoy estuve en una reunión y en una pared colgaba un cuadro de la Plaza de la Candelaria de Santa Cruz de Tenerife tomada a principios del siglo XX. 1900/ 1905. Y de repente mi mente empezó a volar y me quedé impávido mirando la foto justo después de terminar la reunión. Me relajé y admiré la foto por espacio de unos diez minutos.
Empecé a preguntarme como sería la ciudad de Santa Cruz de Tenerife en esos años. La plaza se me daba un aire al paseo del Prado en La Habana y a otros lugares que están esparcidos por el mundo y que tienen cierta similitud. Esas plazas provincianas que eran mitad plaza mitad paseo.
Cuando sacaron esa foto, aún no había comenzado la Primera Guerra Mundial, aún no había comenzado la guerra de imperios que vendría años más tarde y que cambiaría el mapa del mundo. En aquella época, en Santa Cruz de Tenerife existía el viejo tranvía donde venían desde el norte de la isla hasta la capital con la leche, con la fruta, con los productos del campo y con la esperanza de poder llevar hasta el norte de la isla productos que también venían del sur y que se comercializaban. España había perdido hacia muy pocos años su último dominio en ultramar y eso a la larga afectaría el tráfico marítimo.
El puerto era el motor del desarrollo de la capital de la isla. El turismo era muy incipiente pero los barcos que se dirigían a América y los que venían del nuevo continente hacia la España peninsular creaban cierto desarrollo económico en la ciudad del chicharro que se extendía por toda la isla. La figura del » cambullonero» tan conocida en Santa Cruz estaba siempre presente en la plaza de la Candelaria y en los alrededores con la chispa y la viveza que tenían estos comerciantes y que hoy serían grandes emprendedores.
Incluso, se establecieron relaciones marinas y los tripulantes de los barcos que llegaban desde América o se marchaban, adoraban la ciudad de Santa Cruz de Tenerife y muchos de ellos hicieron su familia en nuestra ciudad y hoy, existen apellidos llegados de Más allá de los mares. Apellidos franceses y portugueses sobre todo. Algunos también holandeses.
En la plaza de la Candelaria estaba el » Hotel Internacional» que dejó de existir llevándose con él muchísimos secretos. Secretos de alcoba, secretos de conversaciones en su bar que me lo imagino «English Style» en medio de una copa de cognac «cambullonera » y del humo de los habanos llegados desde la perla del Caribe. Ellas tomando té venido desde Inglaterra o café llegado del trópico y acompañado con galletas de mantequilla y los niños corriendo con total tranquilidad por toda la plaza sin el miedo a los coches, ni a nada que produzca inseguridad.
Es que la vida era tranquila, campechana, con sabor pueblerino, con olor a mar y a café recién tostado. Se usaban sombreros y pamelas y trajes de paño elaborado con telas inglesas que ejecutaban sastres con manos prodigiosas.
Antes vivíamos mirando al mar. Quizá con el paso de los años, la ciudad le fue dando la espalda poco a poco. Ahora, con el turismo de cruceros, estamos nuevamente oteando el océano porque no podemos desprendernos de lo que, en un tiempo no muy lejano, nos generaba una gran riqueza para nuestra isla y, sobre todo, para nuestra ciudad. La riqueza y el desarrollo económico tenían que ver mucho con el mar.
La plaza de la Candelaria ha cambiado, ya no está el hotel Internacional, ya el tranvía es otro, ya las farolas no se encienden con gas, ya los parroquianos no están las horas muertas conversando de lo que otro les dijo que le dijeron de lo que pasaba en la capital del reino, ya los niños no corren por la plaza de manera desenfadada.
Todo cambia en la vida. Algunas cosas a mejor y otras a peor. Ahora nos quejamos de que en algunos lugares de la plaza no hay wifi y donde había a principios del siglo XX una tienda de ultramarinos, ahora hay punto de venta de productos de moderna tecnología de de iPad. Me pregunto que habrá en la tienda donde hoy se venden los iPhone en el año 2100. La verdad que no debería importarme mucho, pero siento curiosidad.
Tenemos que disfrutar todos los momentos con intensidad porque la vida pasa rápido y el tiempo ahora se va volando. Sobre todo los buenos momentos que están en nuestras vidas y que a veces, por las prisas no nos damos cuenta. Un abrazo.
P.D.( la vida al igual que mis reflexiones siempre tienen Post-datas) La foto no tiene mucha calidad porque la tomé de la que estaba en la pared. Y también agradezco a mi compañero Manolo Ortega que me ilustró con algunos datos, al igual que Pedro Molina y Estefania Hernández que estaban en la misma reunión.

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