Pregón de las fiestas en honor a la Virgen de las Nieves en Taganana.
PREGON DE LA FESTIVIDAD EN HONOR DE NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES DE TAGANANA
Cuando me hicieron el grato honor de invitarme a ser el pregonero de las fiestas patronales en honor de Nuestra Señora de las Nieves de Taganana, dije que sí sin pensármelo dos veces, porque el nombre de este bonito y emblemático pueblo me trajo inmediatamente gratos recuerdos de mi niñez. De muchas tardes de verano en la plaza de mi pueblo, Vallehermoso, escuchando a los mayores contar historias y fábulas de sus tiempos de juventud o de sus antepasados.
Recuerdo como si fuera ayer los corrillos de chicos, y menos chicos, que en su alrededor nos reuníamos en cuanto comenzaban a improvisar décimas, unas veces picantonas para contar las andanzas de algunos o algunas muchachas y muchachos del pueblo, que generalmente finalizaban con alguna moraleja, otras como chanzas dirigidas hacia el cura o el alcalde de turno, las más para loar amores, dedicadas a la madre o a las bellezas de la tierra que nos vio nacer, o sobre penares por la lejanía y añoranza de todos aquellos que emigraron a tantos rincones de las Américas.
Siempre me resultó maravilloso y me sigue pareciendo sorprendente la memoria de los cantores de décimas para poder recordar, uno a uno, los versos que se han transmitido por tradición oral de una a otra generación, y sobre todo ese gran don que tienen para la improvisación.
Los mayores corrillos en la plaza, se formaban cuando las décimas reseñaban las antiguas hazañas de paisanos que, obligados por la difícil situación económica que se padeció en La Gomera, habían abandonado Vallehermoso y cruzado el gran océano en busca de un mejor futuro. Entonces nos juntábamos grandes y chicos a la sombra de los dos laureles de indias, y se hacía un profundo silencio que solo era roto por la letanía de los versos del decimista que nos transportaba a otra época, a la lucha del hombre contra los elementos, al encuentro con tierras allende los mares. Después, durante días, mis compañeros de chiquillería y yo competíamos en intentar memorizar la mayor cantidad posible de las décimas escuchadas.
Ahora comprendo la importancia de esta maravillosa forma de transmitir nuestra historia, nuestras costumbres, nuestra forma de ver la vida. Y esta reflexión viene a colación de mis primeros recuerdos sobre Taganana, porque mi pueblo natal, Vallehermoso, también tiene un trocito de su historia ligada a Taganana a través de esa gran odisea marítima que supuso la “Aventura del Telémaco”, el último barco fantasma de la emigración clandestina a Venezuela.
Quiero recordarles una de las décimas más conocidas de esta Odisea, que dice así:
“En una hora temprana, el nueve de agosto fue (1950), a eso de las cuatro y diez de una apacible mañana, donde el silencio engalana el silencio más fecundo dándole un adiós profundo a Valle Gran Rey con calma, ciento setenta y un almas que marchan al Nuevo Mundo”.
El Telémaco salió por primera vez de La Gomera, el día 5 de agosto tras recoger a gomeros de Vallehermoso, Valle Gran Rey, Alajeró, Agulo, Hermigua y San Sebastián, pero no se dirigió directamente en busca de la tierra prometida, sino que como venía siendo normal en estos viajes, su primer destino fue Tenerife, donde también se habían reclutado pasajeros para este barco por los organizadores tinerfeños del viaje.
Amanecen en Punta Teno el día seis de agosto, escondiendo el velero en una ensenada de la costa tinerfeña para evitar la atención de la Guardia Civil, y por la tarde levó anclas hacia Valle Guerra donde embarcó gente con sus pertrechos. De allí continuó viaje hasta Taganana, llegando de noche cerrada, donde recogió al patrón que les llevaría a Venezuela, así como una lancha de pasajeros de los que quizá alguno fuera originario de este pueblo. Según contaron algunos de aquellos que directamente vivieron la odisea, “en Taganana nos fondeamos afuera, porque aquello estaba lleno de gente que no cabía. Si el barco no se eleva para afuera se meten allí quinientas personas, porque todo el mundo quería embarcarse a toda costa. Había tanta gente como en la procesión de la Virgen del Carmen, que querían subirse a bordo”.
Era una práctica habitual en los promotores de estos viajes clandestinos, el contratar más embarque de la capacidad del barco y ya los gomeros habían sigo engañados con el embarque del Aguila de Oro, otro barco clandestino que había partido hacia Venezuela con anterioridad y que se llenó con pasaje de Las Palmas, dejando a los gomeros en tierra.
Finalmente en Taganana sólo embarcaron los que llegaron hasta el Telémaco en la primera lancha “no se embarcaron más gente porque los pasajeros no permitieron la subida de pasaje de un segundo lanchón, ya que el barco iba ya tan cargado que en la travesía de La Gomera a Tenerife me iba lavando las manos con agua que cogía de la orilla del barco”. Así fue como en Taganana se decidió el carácter eminentemente gomero del pasaje del Telemaco.
Intento ahora imaginar el despertar de esos paisanos gomeros que viajaron en el Telémaco, como sería esa noche frente a esta hermosa costa tinerfeña, donde los rayos del Sol pronto comenzarían a iluminar las imponentes elevaciones rocosas de los roques de Las Animas, de Enmedio, Amogoje, Los Hombres y Roque del Valle. Como sería su primera y quizás única visita de muchos de ellos a esta costa salpicada de numerosas bajas y de riscos como el del Fraile y la Monja o el Risco de la Guayosa. Una costa que debía ser muy conocida por los pilotos de aquellos veleros, para ser navegada con precisión y garantías.
Me figuro la incertidumbre y el miedo que embargaron en esos momentos a los 171 pasajeros que se encontraban en un velero de dos palos, de apenas 27 metros de eslora y 6 de manga, y también intento imaginar las esperanzas frustradas de los cientos de hombres y jóvenes que esperaban embarcar en las playas de Taganana. ¿Cómo sería esa vuelta a sus casas? Cómo explicarían a sus familias que otra vez tampoco había podido ser, quizás después de otros intentos fallidos, y de haber vendido y empeñado lo habido y por haber para conseguir que uno de los miembros de la familia pudiera emigrar en busca de un mejor futuro que les beneficiara a todos.
Posiblemente una vez conocidas las penurias que a lo largo de su travesía padecieron los pasajeros del Telémaco, agradecieran a la Virgen de las Nieves el no haber podido partir en esa aventura que duró casi cuarenta días de sinsabores, padeciendo las nefastas consecuencias de los huracanes y la falta de agua y de alimentos hasta pisar tierra venezolana.
Esos días de agosto de 1950, mientras el Telémaco como una sombra fondeaba en la noche junto al Roque de Las Bodegas o en la playa del Tachero, Taganana estaría como hoy en fiestas, celebrando a su patrona Nuestra Señora de las Nieves. Seguramente el bello trono de plata de la Virgen habría bajado ya del Altar Mayor mientras el pueblo cantaba letanías y le oraba a su patrona celestial. Y a pesar de las penurias de la época, las calles se habrían engalanado y las casas estarían recién encaladas para acoger a los amigos y familiares que acudían como cada año al pueblo por las fiestas.
E igual que ahora también el baile y la música, el buen yantar y el buen vino de Taganana estarían presentes en la festividad. Sus famosas papas borrallas y batatas antiguas, acompañadas de buen pescado y marisco, regados con los reconocidos vinos blancos taganareros harían las delicias antes como ahora. Porque los tagananeros saben que su pueblo, que su valle entre escarpadas montañas, entre la laurisilva y el mar es uno de los pocos sitios de esta isla donde se produce de todo y ‘al natural’. “La papa es la mejor y el vino el más puro”, y de ello alardean pero con rigor.
Pero volviendo a mi reflexión, me pregunto si sería entonces una casuística que el Telémaco estuviera presente en la costa de Taganana por las mismas fechas en que se celebran la fiestas de la Virgen de las Nieves, o si quizás la organización del viaje lo tenía así previsto para evitar con ello las suspicacias de las autoridades ante el gran movimiento de personas que hubo en la costa tagananera con intenciones de embarcar.
Y sin duda alguna, mientras el Telémaco partía, muchas oraciones fueron elevadas a la Virgen de las Nieves pidiendo por las almas que se habían embarcado en la odisea, por una buena travesía y por que llegaran bien a la otra orilla. Y sus plegarias fueron oídas, porque a pesar de las inclemencias y sufrimientos, no hubo ni una sola baja y todos llegaron a ese buen puerto que esperaban, a esa tierra que cariñosamente los canarios denominamos la Octava Isla.
Fuera como fuere, estuviera o no organizado que coincidiera el embarque en el Telémaco con la celebración de la Festividad de Nuestra Señora de las Nieves, desde ese día del mes de agosto de 1950 La Gomera, Taganana y el Telémaco han quedado por siempre unidos.