Mi abuela y Venezuela.
En el año 1967, en mi pueblo natal Vallehermoso, cuando se acercaban las Navidades, mi abuela Serafina, que vivía ya con nosotros, (aunque ella siempre soñaba con su casa en Los Chapines) me mandaba al correo a ver si había llegado «carta certificada» de Venezuela. Manolo, el cartero, empezaba a decir los nombres en voz alta y recuerdo que todos los años que fui, como para desesperarme aún más, el nombre de mi abuela, Serafina León Suárez, era nombrado casi al final. “Echa un garabato aquí pero con el nombre de Serafina”, me decía Manolo. Cuando tenía el sobre en mis manos, corría cuesta arriba y llegaba sin aliento a casa gritando: “Abuela, abuela, ¡llegó, llegó, llegó!
Llegaba el cheque de Venezuela, el cheque en Bolívares, el cheque con el que empezaban las Navidades en nuestra casa y en muchas casas de Vallehermoso gracias a Venezuela. Mucho antes del turismo y de otros sectores económicos, las remesas enviadas desde Venezuela dieron de comer a muchísimas personas y ayudaron al progreso de nuestra bendita tierra. Mi abuela se sentaba en un banco pequeñito que estaba en la antigua cocina y leía la carta con lágrimas calladas que le recorrían las mejillas. Todos mirábamos sin decir absolutamente nada. Una de mis hermanas la leía después en voz alta para todos. Abuela doblaba la carta y se la guardaba en un delantal y decía: “Tu tío y tus primos están bien, que tienen ganas de venir…”
Acto seguido se vestía de negro y bajaba a la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Santa Cruz de Tenerife para cobrar el cheque y separar lo que después nos dejarían los Reyes. Eso era en la tienda de don Mariano para mi hermano y para mí. A mis hermanas y a mis primas les daba a 25 pesetas a cada una. Se compraba algún turrón (nunca faltó el blando), licores de la marca María Brizard o Licor 43, “por si llegaba una visita por estas fechas», y el resto del dinero se guardaba, por si surgía «algún imprevisto», que surgían todo el año.
Mi abuela era mágica. Una vez me habló de La Guaira. Le pregunté porque hablaba de ese sitio si nunca había ido. Mi abuela me respondió que, de noche, cuando dormía, viajaba en sueños a La Guaira y mis tíos se acercaban a verla. Me dijo que habían muchos barcos en un puerto, que era más de mil veces el pescante de mi pueblo, y muchos niños negritos como su delantal. La primera vez que escuché en la barbería de Ramón, en una vieja radio, la canción de «Angelitos Negros» de Antonio Machín, corrí para decirle a mi abuela que a los niños de la Guaira le estaban cantando una canción que decía «angelitos negros»; mi abuela me miró y me dijo: ¿Ves? Yo nunca miento.
Mi abuela murió en el año 1979 sin conocer Venezuela. Yo me despedí de ella sin saber lo lejos que estaba La Guaira. Pensé que volvería pronto, pensé que era un «hasta luego», pensé que en sueños la tocaría…. Pero no la volví a ver más. Yo tuve que emigrar en el año 1975. Confieso que todas las Navidades pongo en un platito un trocito de turrón del blando, miro al cielo y se lo ofrezco. «Abuela, mira, turrón blando con el cheque de Venezuela». Eso le digo y lo dejo en el patio de mi casa o donde esté.
Mi historia y mis vivencias con mi abuela no tienen nada de especial porque, en miles de casas de nuestras islas, existen historias que nunca se han escrito y que ha dejado la emigración. Historias de nostalgias, de recuerdos, de pensamientos profundos, de distancias insalvables o salvables, historias de gente que nunca más volvió, que se las llevó el Atlántico en la emigración clandestina; gente que ha muerto allá soñando con volver a ver el Roque de Taganana, o Los Tilos, o Arguamul, o el Pinar… Nunca más volvieron.
Hoy defenderé en el Pleno del Cabildo, una moción para pedir ayuda urgente a los canarios que están atravesando por la peor de las calamidades en Venezuela. Hoy pediré lo que me han pedido que pida, hoy suplicaré lo que me han pedido que suplique, hoy hablaré lo que me han pedido que hable. Hoy no es día para la demagogia, para el provecho político, para el oportunismo. Hoy es un día donde nuestros hermanos que viven en la ‘octava isla’ nos necesitan más que nunca. Nos piden que en estos momentos no los olvidemos. Nos piden porque ahora son ellos los que están necesitando ayuda.
Eso pediré: Pediré lo que me han pedido que pida.
Es hora de volver a Vallehermoso a visitar a mi abuela Serafina. También a ella le voy a pedir. Ella que me hacía soñar con la Guaira. Ella que me decía: «Tu tío vive en una Avenida» y yo le preguntaba a Don Ángel el maestro que me dijera lo que era una avenida para decírselo a mí abuela: “Abuela, me dijo Don Ángel que una avenida es como ir desde Triana hasta la iglesia pero como cincuenta veces». Entonces, mi abuela me miraba y se sonreía.
Tengo que decirle a mi abuela, que sé que me escucha porque siempre lo hace, que ayude a Venezuela, que mire de vez en cuando para los niños de la Guaira, aquellos de la canción que ahora tienen mi edad, cincuenta y cinco años, y que esas avenidas que me decía Don Ángel, donde hoy se está manifestando tanta gente pidiendo paz, diálogo y libertad, vuelvan a ser las avenidas donde vivieron mis tíos, donde viví yo casi 15 años y donde viven y donde aman donde mueren y se afanan tanta gente compatriota.