“ De cuando me sentí en otra dimensión”

Fue hace ya unos cuantos veranos, quizá unos veinte cuando sucedió. Les contaré todo tal cual ocurrió y tengo como testigos a varias amigas como Eva Tabah o Flora Marrero que podrán dar fe y que estuvieron en este mítico viaje.

En el mes de abril me llegó un mensaje diciendo que, si me apetecía viajar en agosto a “una parte de la ruta de la seda” y muy especialmente a Uzbekistán con destino final, Estambul porque allí terminaba la ruta. Yo, inmediatamente di un “sí rotundo” porque incluso era el primer trayecto que se organizaba a ese destino. Y llegó el momento de iniciar el viaje organizado por un famoso turoperador que nos llevaría a la capital de este enigmático país, Taskent. La entrada al país fue una experiencia religiosa, más bien “de purgatorio”.

Al siguiente día tomaríamos un vuelo que nos llevaría a una ciudad del interior (creo que se denominaba Jiva) y, para nuestra sorpresa, ya casi el avión en pista, bajan a dos personas de nuestro grupo y que venían desde Granada para subir a dos señores sudorosos y con corbata que después nos pudimos enterar que eran diputados. Cuando los granadinos se unieron a nuestro grupo nuevamente sentimos una inmensa alegría. Si ustedes han hecho algún viaje organizado saben que inmediatamente se forman subgrupos. Este fenómeno podría ser muy bien un tema para una tesis de fin de carrera de sociología. Ya los andaluces pertenecieron a nuestro subgrupo por siempre. Yo creo que fue la resiliencia ante la adversidad lo que nos unió.

Este viaje daría para un libro entero, pero hoy les contaré cuando realmente me sentí en otra dimensión y fue precisamente en este país, Uzbekistán, en la enigmática ciudad de Bujará para ser más exactos.

 

Se trata de una ciudad que tiene un centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad. Con mezquitas, minaretes, mausoleos, madrazas, murallas, cúpulas y una arquitectura que la hace única. La cerámica en tonos azules, al igual que en Samarcanda, te transportan al mismo cielo. Cuando el sol refleja en estos maravillosos azulejos de las mezquitas, el azul llega a encandilarte.

Sucedió la primera noche de nuestra estadía en Bujará. Decidimos salir de la muralla y dar un paseo por las casas de adobe y adoquines que estaban más allá de la ciudad amurallada y caminar por sus intrincadas calles donde la gente dormía fuera de las casas por el enorme calor de la época veraniega.

Serían las diez de la noche cuando lo vimos. Era una gran plaza con un minarete de una mezquita denominado “Minarete Kalyan” realizado con miles de ladrillos arabescos de mucha filigrana. Nos acercamos a la entrada del minarete con el ánimo de curiosear.

Un señor no tan mayor, vestido de riguroso blanco, nos invitó a subir a lo más alto de esta torre islámica. En el grupo hubo división de opiniones, algunos de nosotros subimos y otros se fueron al hotel. Los granadinos se unieron a nuestro grupo. Las escaleras estaban a punto de derruirse, pero, con mucho cuidado y guiados por el imán, llegamos hasta lo alto del minarete donde nos sentamos hombro con hombro de lo pequeño que era el espacio para escuchar las explicaciones e historias mágicas.

El cuidador del mirador de Kalyan hablaba español porque vivió un tiempo en Cuba cuando Uzbekistán perteneció a la Unión Soviética. De ojos más azules que los mosaicos, Timur (así se llamaba el imán) nos empezó a contar historias de la ruta de la seda. Historias de hombres guerreros uzbekos, de su pueblo, de su religión, de los olores, de las frutas que se cultivaban en los campos, de perfumes y almizcles, de las bodas, de las leyendas urbanas que se han contado sobre la religión musulmana……….. nos habló de todo, o de “casi todo”.

Cuando alguien miró el reloj eran ya las cuatro y media de la madrugada. Timur nos indicó que podíamos seguir, pero decidimos bajar hasta la plaza de este mágico minarete. El prodigioso Imán nos pidió que tomásemos con él su té, el primer té de la mañana, el té que también se trasladaba por la misma ruta de la seda. Por supuesto aceptamos.

Nos preparó para todos esa infusión tan especial a la antigua usanza uzbeka y repartió dulces que tenían sabores también de esta ruta milenaria ( esencia de rosas, pistacho e higos con miel de la flor del granado) . Seguimos hablando…. Nos siguió contando historias fantásticas que hacían que nuestra imaginación nos llevase a lugares inimaginables.

Cuando volvimos a mirar el reloj, ya eran las seis y media de la mañana y empezaban a llegar las personas para rezar en la mezquita o dejar a los niños en la madraza a estudiar el sagrado Corán.

Timur nos pidió que no nos fuésemos, que faltaban historias. Nosotros le prometimos que volveríamos en la noche. Sentenció que solamente volvería a ver a uno de nosotros. Solo yo volví.

El viaje continuó y seguimos nuestra particular “ruta de la seda” visitando Jiva, Samarcanda, Termez, …. Cruzamos desiertos y Timur siempre siguió en nuestro recuerdo. Uno de los amigos de Granada Licenciado en Bellas Artes, me indicó a mi solo, que estaba totalmente seguro que nos había abducido. Yo le creí y sonreí.

A los días llegamos a la ciudad de Estambul. Ya eso sería otra larga historia porque ahí, cambió mi vida.

Feliz Domingo amigos y amigas.